marzo 06, 2012

Esto es para mi abuelita

Hace cien años nacía una niñita en un pueblo llamado El Carmen Bajo, hija de papás campesinos, gente muy honesta y tremendamente trabajadora. Ni siquiera sé si aún existe el lugar después de los terremotos, pero ahí deben seguir todos los recuerdos, intactos en el aire...
Recuerdos es lo que más tengo de ella y de mi abuelo; porque ellos eran, definitivamente, el patriarcado de la familia.

Algunos comienzan con la imagen de mi madre conversando animadamente por teléfono. Eran las llamadas diarias entre madre-hija, de las cuales, indudablemente, mis favoritas eran las del Sábado, ya que se planificaba la visita del día Domingo; donde llegaríamos temprano para acompañar a mis abuelos a la feria, compraríamos choclos si era verano, porotos si era invierno, y ya en casa, en la calle Sepúlveda Leyton ayudaríamos a preparar el almuerzo. No creo necesario mencionar que el verano era, lejos, la estación más divertida, ya que los almuerzos se trasladaban al patio, bajo la sombra del parrón, donde los más chicos llevábamos todos los artículos necesarios, mantel plástico estampado, moledora de choclos, una gran fuente para separar las hojas, una madeja de hilo grueso y tijeras para cumplir la importante misión de darle la cintura a la humita...

Era todo tan entretenido que hasta la invitación tenía su sello especial:
- "Mama", decía mi abuelo, "llame a la "Cuca" - el alias de su hija, mi mamá-, para que se vengan a almorzar con los "leones" - nosotros, es decir, los nietos.
Todos teníamos sobrenombres: la Mama, mi abuelita, Cuca, mi mamá..., Germanófilo, mi papá, Campusano, mi hermana, Llorona, mi otra hermana, Duro, mi hermano y Paulina, yo.

Las casas de los abuelos siempre eran tan grandes, sino ¿cómo cabíamos todos, con espacio? Los dos gatos, el perro girando y olfateándolo todo, alrededor de la mesa de madera gruesa, dispuesta en el centro, plantas por doquier,  y en el fondo, las gallinas cocoroqueando de lo lindo y mirándonos de lado cuándo nos acercábamos a meter palitos por la rejilla. Había un olor fatal, pero los abuelos le dan esa armonía tan dulce al espacio, que era parte de la historia ir a oler el gallinero. Además, el "Toqui", el perro, nos seguía y acompañaba en todo momento por si a alguna gallina o gallo se le ocurriera faltarnos el respeto, cosa que a él, lo desesperaba.

Mientras los adultos conversaban, se reían, y comenzaba a emanar de las ollas ese olorcito clásico de almuerzo casero, había que hacer las cosas que eran parte del itinerario básico: así como ir a meter las manos a una tina grande donde mi abuelita lavaba la ropa si había buen tiempo, y que era tan profunda, que podías mojarte casi todo el cuerpo en pocos segundos. Para qué hablar de la cara de mi mamá cuando nos veía estilando con ropa y todo, eso sí era para retratarlo...

Si, por el contrario, el clima no nos acompañaba, y había sido época de celos, lo más probable es que la Muñeca, la gata de mi tía Negri, estaba en la pieza de los cachueros, en una confortable cajita, llena de toallas y frazadas, amamantando a sus cuatro o cinco gatitos, por lo que había bastante que hacer tomándolos, dándoles nombres, haciendo letreros para que mi abuelita los regalara...O ir a la bodega, una pieza de dimensiones casi infinitas, especialmente en altura, donde habían cajas, más y más cajas que abrir y revisar, revistas antiguas, ropa vieja, fotos..., una cama deshecha que era nuestro delirio y a la que nunca se nos autorizó para usarla una noche, solo una noche...pffffff, madres!!

Adentro, estaba el comedor, por lo general con las mamparas de vidrio cerradas, esperando la ocasión especial para entrar y ampliar la mesa, pero mientras eso no sucedía, se podía jugar a la escondida debajo de las sillas, en el aparador de vidrio y tratar de sintonizar alguna emisora en la radio-mueble, objeto que hoy sería una verdadera devoción...


Si ella hubiese sido distinta, no creo que el patio, el comedor o la bodega hubieran tenido ese saborcito especial que nos hacía disfrutar tanto...porque después del almuerzo había que lavar torres de platos, barrer, ordenar..., pero nos salía del corazón, por esa señora y ese señor, que le dieron la vida a los seres más queridos de mi vida, hicieron de este grupo de gente...una familia.

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- Pero Maaaaama, ¿qué hace aquí? - le dice mi abuelo al verla llegar al Cielo. - Cuuuuca, mira quién llegó, la Doña Tato!!!
- ¿Mamá? - pregunta mi madre acercándose a ella con los brazos abiertos -, pero mamá, por qué no avisó?...y la Negra, mamá, debe estar muerta de pena, ¿le avisó o llegó y agarró sus monos? Venga para acá - le dice tomándola del brazo y quitándole suavemente la cartera y el bolso, ese bolso lleno de cosas que ella siempre llevaba -, vamos a sentarnos a conversar...Hay tanta gente aquí, mamá, mire están la tía Inés, está el Lucho..., sí, también la Amelita...Pero no llore, hacía tiempo que la estábamos esperando..., Germán está por allá, leyendo, pues, mamá, cómo siempre. Qué alegría, mamá... - suspira mientras se sientan en una mesita blanca, con una tacitas dispuestas para el té -, ahora vamos a ser más los que cuidamos a los niños, pues. No se preocupe, siempre los estamos mirando desde Acá. Y ellos lo saben, mamá, y ellos lo saben.

Dedicado a:
Mi tía Lucía y tío Aquiles
Mis primos Luis Hernán, Luis Patricio, Vivian, Claudia...y Lore
Mis hermanos Vero, Xime y Claudio
Mi tío Javier
Y familia

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