noviembre 03, 2014

La dueña de casa - capítulo 1

Provengo de una familia de clase media, de ésas que mantienen al país, de las que pagan impuestos, de las que invierten en la educación de los hijos... Y a mucha honra, sabe, porque no sé de adónde salí tan cuica y pareciera que vengo del seno ABC1 del país. Le he caído mal a algunas personas solo de vista, porque dicen que soy muy "estirada", yo en cambio, prefiero la definición de un amigo mío que me dijo parecía una Elfa (no una duende, sino de los Elfos del Señor de los Anillos), porque camino bien derecha y como pisando entre nubes. A las "señoras" a las que les caí mal dijeron que pasé sin mirar a nadie y como tomando el olor. Mish, ni que las hubiera visto.

Como joven de clase media, estudié en la universidad (estatal señor, por si le sirve saber) y saqué mi título profesional. Junto con un chico igual que yo, formé mi propia familia, también de clase media y aspirante a clase media alta, lo que se llama en publicidad C2 con ganas de ser C1. Aunque ésto de la crisis me ha hecho pensar que somos aspirantes a no ser clase media b-a-j-a. 


Como sea, la vida ha dado muchas vueltas y después de haber sido ejecutiva de traje de dos piezas y taco alto, muy alto, de ésas con celular y notebook, hoy soy una d-u-e-ñ-a de c-a-s-a. Caí en la cuenta el día que fuí al doctor y me preguntó qué hacía. Me quedé pensando unos segundos, mentalmente repasé distintas respuestas como que trabajaba independiente, o que viajaba mucho o que era microempresaria... pero antes de mentir descaradamente salió muy fluída la frase: "soy dueña de casa desde Noviembre". No tenía para qué entrar en detalles, de modo que omití la historia de la nana que me dejó botada de una día para otro, de los tres días que esperé a que llegara...y que a la semana había tenido que admitir que la vida me iba a cambiar. Los niños estaban en sus últimos días de colegio, pobrecillos conejillos de Indias para una ex ejecutiva que nunca había entrado a la cocina, de modo que las sopas de sobre, el puré deshidratado, papas cocidas, hamburguesas congeladas se transformaron en el plato-salvavidas. Esa era, hasta el momento, mi única deficiencia para asumir el nuevo papel, porque siempre he sido muy ordenada y hago un aseo de maravillas. También plancho, de hecho le ofrecí a mis amigas, muchas veces, ir a planchar a cambio del almuerzo para la semana o para un par de días, dependiendo de la cantidad de ropa, pero nadie enganchó con mi negocio, pienso yo, con muy poca altura de miras. 
El doctor escribe en una pequeña tarjetita todo lo que hablo. Llega la parte donde le detallo mi problema: un dolor de rodillas más o menos fuerte. Después de hacerme las consultas de rigor, me pregunta si mi casa tiene más de un piso, "sí", le digo, " y las rodillas me suenan mucho cuando subo las escaleras". "De verdad", continúo, "me hacen crac como las rodillas de las barbies de los ochenta" (quién no tuvo, ah?). Luego, me habló de varios tratamientos, infiltración, acuaterapia, pero su recomendación final fue que me organizara y no subiera tanto al segundo piso. (¡!). 

Salí de la consulta pensando en que debía haber otro camino que quedarse para siempre en el primer piso de la casa, habían cosas y situaciones que verdaderamente disfrutaba y que solo sucedían en el segundo piso: regalonear con los niños, bañarlos, jugar, leerles cuentos, echarse en la sala de estar a ver tele o jugar en el compu..., pero el doctor prácticamente me había dado una licencia. De modo en que tengo mucho en qué pensar y cómo hacer para no subir y bajar tanto las escaleras sin dejar de ser una dueña de casa de excelencia. Siempre fuí bien evaluada como trabajadora, ahora no puedo ser menos, ¿cierto?

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